Al inicio de este curso, Ibercaja nos propuso un reto, el Reto de la Triple R (Reto, Record, Rucab), consistía en la apertura de la ‘Cuenta Vamos de Ibercaja’ en el tiempo establecido y desde el móvil. Se sorteában tres viajes con destino europeo para dos personas, un fin de semana y los tres primeros en abrir la cuenta se llevaban los viajes, gracias a Fundación CB e Ibercaja.

El primer ganador, Pedro Romero, disfrutó de su viaje a Berlín del 26 al 28 de enero, y en esta ocasión, el segundo ganador, Manuel Ojeda, ha estado en Viena del 29 de febrero al 2 de marzo, su acompañante, también residente, ha sido Miguel Galende, justos has disfrutado de este viaje y así nos lo cuentan:

Día 0

Viajamos el jueves para Lisboa, el vuelo salía muy temprano y no lo queríamos perder. Encontramos un albergue barato y con buena pinta en Lisboa para pasar la noche.

Nos costó un poco encontrar el albergue, no estaba muy señalado, pero pudimos aparcar sin problema. Fuimos a cenar por ahí y después llevamos las maletas a la habitación. Estábamos muy cerca de la zona de Belém así que bajamos a ver el Monasterio de los Jerónimos y aprovechamos para tomarnos los mejores pasteles de nata que existen, el hombre que estaba de guardia nos vaciló diciendo que estaba cerrado. Al final resultó ser una buena persona y nos llevó a una zona apartada para que disfrutemos de los pasteles de Belém. La vuelta al hotel fue un poco dura, las cuestas en Lisboa son muy largas y empinadas y no estábamos en las mejores capacidades físicas. Llegamos a la habitación, tenía cinco camas, pero estábamos solos.

Día 1

Una vez despiertos y aseados salimos al salón para tomarnos un modesto desayuno. Mientras comíamos una bestia nos atacó desde debajo entre las piernas. ‘Sebastián’ el gato del dueño parecía defender su territorio invadido recientemente por unos extraños. El encargado lo cogió con la mano y se lo llevó encima de su antebrazo. Salimos con tiempo de sobra hacia el aeropuerto, y menos mal porque estábamos más perdidos que una cabra en un garaje, uno de los giros se nos resistía y siempre tomábamos la curva equivocada. Al poco de entrar nos llaman para las puertas del avión; justo cuando habíamos encontrado un hueco en el suelo del aeropuerto para sentarnos, todos los asientos estaban cogidos y Galende no se decidía si pillar algo para llevar. En el avión teníamos asientos separados: él se dedicó a verse una película que se había descargado en el móvil. Yo me dediqué a leerme un pequeño libro de bolsillo que siempre llevo en los viajes y poco a poco algún día lo terminaré.

Llegamos allí casi a las 14:00 horas y cogimos el tren hacia Viena. Llegamos a la estación, la estación equivocada claro está, y nos tocó ir hasta el hotel andando. Las maletas iban bien por las calles de asfalto así que sin problemas. La ciudad es muy bonita; todos los edificios son descomunales obras de arte arquitectónica, están cargados de adornos florales, atlantes y penachos.

Llegamos al hotel y llamamos al ascensor; era de esos pequeños y apretados, pero incluía su propio asiento que compartíamos en cada viaje que hacíamos en él. Dejamos las cosas en el hotel y salimos a pillarnos unas bicis para movernos con ellas, pero no nos salió bien la jugada. Hacía frío y Galende no se había traído guantes, las aparcamos en la estación y allí se quedaron. Nos acercamos a la zona central para ver los edificios de noche. Aprovechamos para comer fuera, probamos un plato típico de allí, ‘Leberkäse’. Habían muchas variedades, nos pedimos una de queso, otra de espinacas y la otra de cebolla, creo que esta última era la mejor. La iglesia de Stephan estaba iluminada y éramos los únicos en la plaza; entramos y vimos un descomunal órgano sobre la puerta, me habría gustado ir más adentro, pero estábamos limitados a una única parte de la catedral, seguramente por la hora.

Día 2

Nos despertamos a una buena hora, fuimos los primeros del hotel en subir a desayunar. El desayuno se servía en lo alto del hotel, si te dabas prisa podías coger una mesa al lado de las ventanas, con buenas vistas. El desayuno no estaba mal pero el encargado no parecía demasiado entusiasmado, reponía las cosas un poco cuando le parecía. Siempre aprovecho todo lo que puedo los desayunos en los hoteles. En el buffet libre además de pan, mantequilla y leche tienen frutas, estas últimas siempre son difíciles de tomar en un viaje y me aseguro de aprovisionarme bien.

Fuimos andando hasta el Palacio de Schönbrunn. Nos entramos dentro del edificio, pero estuvimos dando vueltas por los alrededores y viendo los jardines. La plaza en lo alto, pasado el paseo de las estatuas y la Fuente de Neptuno, tenía unas increíbles vistas del palacio y de la ciudad. Estuvimos bromeando con tirarnos desde allí en bici para saltar la fuente, mi yo de seis años se habría lanzado haciendo la croqueta. En lo alto del todo había una cafetería con muy buena pinta, pero me estaba reservando las ganas de tomar un café para cuando estuviésemos en Café Central.

Tomamos el metro de vuelta hacia el centro para verlo de día, sólo lo habíamos visto el día anterior de noche y ahora los parques estaban abiertos. Hay uno en el centro de Viena que puede usarse para atajar hacia el resto de los edificios. Empezaba a entrarnos ganas de comer por lo que empezamos a movernos por allí a buscar un buen sitio, nos habían dicho de un restaurante increíble que servían el mejor Schnitzel, debe de ser verdad porque cuando fuimos no había ninguna mesa libre; nos dijeron que la próxima vez reserváramos. Buscamos otro sitio para comer y encontramos una especie de puerta que llevaba bajo tierra, el sitio recordaba a un convento antiguo excavado en la piedra. Optamos por un Schnitzel para cada uno acompañado de una cerveza de trigo. La cerveza en particular estaba muy buena, preguntamos a ver si tenían cartas para jugar al camarero y nos las dieron. Mientras el resto de gente iba llegando para comer nosotros nos tomábamos una cerveza jugando a las cartas. Nos advirtieron de que el trato en Austria era malo, pero no fue esa mi impresión cuando estuve allí, este camarero en concreto era muy amable.

Volvimos para una siesta y tomar fuerzas para llegar después a Café Central. El local, maravilloso; el pianista, divino; la tarta Sacher, placentera; el café, flojo. Me considero fan de los cafés fuertes y negros, pedí un café Vienes sabiendo que era un tipo de café más suave, y resultó ser más flojo tener menos sabor del que esperaba. Eso sí, mi compañero se pidió un café Pharisaer, que llevaba ron, y estaba mucho mejor. Aprovechamos ya que estábamos allí para acercarnos a un bar de copas enfrente de la catedral, una de las paredes era de cristal para poder ver la catedral iluminada en primera línea. A la vuelta hicimos una rápida parada en Albertina y seguimos para el hotel.

Día 3

El último día nos despertamos un poco más tarde, la noche anterior nos costó dormirnos por culpa del café. El encargado del hotel nos dijo el primer día que podíamos dejar las maletas en el hotel tranquilamente, sin embargo, el encargado de ese día nos dijo que él no podía hacerse cargo de las maletas. Nos tocaba buscar qué hacer con las maletas, como la estación de autobuses no estaba lejos decidimos ir a investigar si había algún locker para guardar las maletas mientras veíamos lo que nos quedaba de Viena.

Tomamos el tranvía hasta la estación central, la verdad es que el metro es, a mi parecer, mucho más limpio que estos. Desde la estación bajamos hacia el Belvederegarten para ver sus jardines con formas geométricas y decorados con esfinges. En la entrada me sorprendió su inmensa fuente; debido al día tan nubloso que tuvimos los jardines se veían un poco apagados. Salimos por el lateral para ir al Museo de Historia Natural, donde vimos la famosa Venus de Willendorf; no me la imaginaba tan pequeña, era minúscula, te cabría en el bolsillo si consiguieras sacarla del museo sin que te detengan. Las escaleras del interior eran imponentes; al subirlas nos quedamos boquiabiertos mirando el techo, casi me caigo y todo. No solo eran los pasamanos y los frisos, nuestra atención se iba directamente hacia el fresco que ensombrecía todo lo demás.

Nos entraron ganas de comer y salimos a un restaurante cercano, habíamos visto en Internet que el interior tenía una decoración clásica; después de tres días allí todos los locales parecían mostrar mucha atención a la decoración. No tenía ganas de tomarme otro Schnitzel así que pedí un Tafelspitz, es una carne hervida que se sirve con compota de manzanas y unas patatas fritas al estilo vienés. Después de comer sólo nos quedaba por ver la Estatua de Johann Strauss, tomamos otro metro hasta allí y paseamos un poco por el parque para ver la figura dorada de Strauss. Sabemos que el turismo cultural es bueno, pero el turismo gastronómico es mucho mejor, por eso no podía irme de Viena sin probar el Apfelstrudel. Fuimos a una última cafetería para probarla, creo que debí haberme tomado uno de esos cafés con licor; lo probaré la próxima vez. La tradición Austriaca es beber dando igual la hora así que el mejor momento para nosotros era después de la merienda. Llegó un momento, más rápido para mí que para mi compañero, que ya empezamos a notar que mejor dejar de beber para ir bien al aeropuerto.

Llegamos al aeropuerto con mucho tiempo de antelación, llegamos tan pronto que ni siquiera nos dejaron entrar por las puertas de seguridad. Nos quedamos en un bar de deportes viendo el clásico mientras cenábamos una pizza y una cerveza. Cuando nos echaron de allí fuimos a la puerta de seguridad y dormimos al otro lado de la puerta, dentro del aeropuerto. Dormimos en el avión y después volvimos a Badajoz en coche por carretera.